El arte de criticar a los jueces
José Miguel Aldunate Director ejecutivo del Observatorio Judicial
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José Miguel Aldunate
Como enseñó Carl Schmitt, la política requiere de enemigos. “Dime quién es tu enemigo ¬y te diré quién eres”. Pero la reciente confrontación entre el gobierno y el Poder Judicial se sale un poco de la regla. ¿Puede el gobierno criticar a los jueces? ¿En qué términos? ¿Qué se consigue con ello? Estas no son preguntas retóricas, sino interrogantes sinceras que resurgen a cada nueva polémica.
Por supuesto, los jueces pueden ser criticados. La salud misma de la vida republicana demanda un escrutinio intensivo e inteligente de las decisiones de los tribunales de justicia. Cuando el Presidente de la República señaló que algunos jueces no aplican la ley, desprotegen a las víctimas y dan un manto de impunidad a los delincuentes, expresó una preocupación legítima, compartida por parte importante de la ciudadanía. La independencia judicial no blinda a los jueces de la crítica, ni siquiera cuando proviene de las autoridades políticas.
Pero la crítica, aunque legítima, puede resultar infructuosa. De hecho, los dichos del Presidente no fueron bien recibidos en la Corte Suprema. Al gobierno le faltó comprender que, como señala Sun Tzu, “el arte supremo de la guerra no consiste en ganar batallas, sino en derrotar al enemigo sin luchar”. Más que ganarles el gallito a los jueces, el gobierno debiera buscar colaborar con la judicatura, a menos que la confrontación sea estrictamente necesaria.
Llegados, pues, a la batalla, resulta indispensable conocer al “enemigo” o, en este caso, a los contradictores. Al respecto, los jueces no pueden adherir a la agenda anti delincuencia ─así como tampoco contradecirla─, por la sencilla razón de que sobre ellos pesa el deber de aplicar la ley imparcialmente, cualquiera sea el resultado. De hecho, el juez no puede perseguir ninguna agenda. Toda argumentación que omita esta premisa olvida aquello que constituye la razón de ser de la judicatura.
Por otra parte, la crítica del gobierno se dirigió contra “algunos jueces”, indistintamente. Pero el Poder Judicial no toma decisiones de manera centralizada. Incluso el juez más joven e inexperto es un pequeño señor feudal en el ámbito de su competencia, decidiendo, cada vez, en atención a las circunstancias del caso concreto. Entonces, resulta muy fácil esquivar la crítica como lo hizo el ministro Cisternas, preguntando al gobierno qué jueces, en qué casos, desaplicaron qué leyes.
Quién entienda la naturaleza del Poder Judicial verá que es necesario descender al nivel de las decisiones particulares y analizarlas de manera pormenorizada. Una vez aquí, todo aquello que servía al juez para escabullir la crítica, se transforma en el estándar con el que será medido: ¿ha atendido a las circunstancias particulares del caso, aplicando la ley de manera fidedigna? ¿O, más bien, ha propiciado agendas políticas, desatendiendo su deber de hacer justicia en el caso concreto? Criticando a los jueces en estos términos, el gobierno o quienquiera emprenda esta tarea, puede honestamente considerarse a sí mismo no como un enemigo del Poder Judicial, sino que como su mejor aliado.